Un camión cargado de cosas que tuvimos que abandonar: nuestra libertad, nuestros planes y proyectos y nuestra seguridad en la salud. Pero también un camión cargado del sufrimiento de nuestros semejantes, de la impotencia de nuestros sanitarios, del terror de las personas mayores, de los miles de muertos y enfermos que vimos a nuestro alrededor.

Un camión pesado y destructor que se llevó por delante la vida que conocíamos, en la que nos sentíamos relativamente confiados (con nuestras dudas), pero una vida en la que sabíamos caminar, avanzar o cambiar de dirección.

Tras la primera ola se acuñó el peor de los términos: “la nueva normalidad”. Y esto pasó cuando nada era normal. Cuando no podías abrazar a tu familia ni a tus amigos, cuando muchos habían perdido varios miembros de la familia y ni siquiera les habían dado la mano al irse, cuando las personas que en circunstancias normales te habrían consolado ya no estaban… ¿Cómo podía ser aquello normal?, ¿y nuevo?, recordaba a una guerra. Aquí llegó el dolor, la tristeza, la pena y la frustración.

El ser humano reacciona de manera distinta ante lo inesperado, explora sus posibilidades y las de su entorno y se lanza a avanzar, el impulso de vivir le guía. Y así vimos como algunos se atrevían a ir de vacaciones con precaución, otros se olvidaron de la mascarilla y las precauciones y otros simplemente se quedaron en su casa expectantes: sabían que no había terminado. Aquí llego el miedo al contagio, la incertidumbre, la apatía y el “da igual lo que haga” (indefensión).

La segunda ola de alguna forma nos hicieron surfearla y continuar como fuera (ya que no pararon los colegios ni los trabajos) y con miedo y medidas, todos volvíamos a la rutina de la pandemia. Pero la gente seguía muriendo. Aquí llegó la irritabilidad, los trastornos de atención (no me concentro porque tengo miedo al contagio mío y de los míos), los trastornos del sueño (me voy a la cama preocupado y me levanto preocupado), el abandono de algunas rutinas de deporte y hábitos sanos (estoy demasiado cansado para salir a correr, cenemos lo que sea).

Y ahora tras la Navidades nos encontramos de nuevo en un escenario desolador: lo contagios se cuentan por miles y los muertos por cientos y nos invade la desmotivación, la apatía y la incertidumbre (¿acabará algún día?).

Desde INNER queremos ayudarte a comprender lo ocurrido y darte herramientas para afrontarlo, hasta llegar al final, porque lo hay. El cuidado emocional propio y de los tuyos es fundamental para correr esta carrera de fondo, pero está claro que se corre mejor acompañado y de la mano de un entrenador.